La publicación el pasado miércoles de la columna de opinión titulada “Los peligros de una dictadura municipal”, escrita por el conductor de “Plaza de Noticias” Diego Gómez, molestó al intendente municipal de tal modo que lo llamó personalmente a la radio para reprocharle al aire el término “dictadura”, y expresarle que no le permitía que se refiriera así a su gobierno.
Es una pena que el intendente Zúccaro haya tenido una actitud tan reprochable. Él —como jefe del gobierno local— es el encargado de cumplir con nuestro mandato, que no sólo se expresa a través del voto, sino también a través de otros medios, entre ellos la prensa, que se supone goza de libertad.
La libertad de prensa tiene un rol esencial en el funcionamiento del sistema democrático, y así lo establece la Constitución Nacional. No lo hace para proteger en sí a los medios de prensa o a quienes trabajan en ellos, sino que lo hace para asegurar el cumplimiento de las garantías constitucionales para el conjunto de la sociedad.
Así, hechos de corrupción destacados como las coimas en el senado, no hubieran sido nunca conocidos de no ser por los medios de difusión. Porque no son ellos —como tampoco lo es, por cierto, el autor de la columna de opinión— los que generan la sensación de que en Pilar se está estableciendo una dictadura.
Paradójicamente, es el mismo intendente quien abona esa percepción, puesto que impulsó una reforma tributaria calificada de “impuestazo” sin permitir que la sociedad tenga tiempo de debatirla, acordó con Luis Patti la designación de la defensora del pueblo, en lugar de propender a que el HCD nombre a alguien de verdad independiente, dejó sin trabajo a centenares de empleados municipales (no porque “sobre gente”, sino para hacer lugar a “su gente”) desechando el mecanismo transparente del concurso que había implementado el Dr. Bivort; además, ya desde su campaña, tuvo expresiones poco felices como las pronunciadas en el Club Unión: “Pilar para los pilarenses. Los foráneos no tienen nada que hacer en el municipio”, o la más reciente “no quiero ver al camión en el kilómetro 50” (refiriéndose al camión odontológico enviado por el gobierno provincial).
Y finalmente, como broche de oro a tan extensa lista de actitudes —en mi opinión desacertadas—, el intendente no tolera que una nota de opinión se titule de una manera que a él no le agrada. Cuando los medios desarrollan artículos a favor de sus intereses políticos o ideológicos, está todo bien, pero cuando alguno le resulta adverso para esos intereses, o para el prestigio social al que aspira, procura intimidarlo y descalificarlo.
En otra circunstancia, el abogado constitucionalista Gregorio Badeni se refirió a dicha actutiud —tan frecuente en gobernantes y en figuras públicas— en los siguientes términos: "Se trata de una situación realmente patológica, porque si bien en teoría todos ellos se proclaman fervientes partidarios de la libertad de prensa, perduran en sus mentes los resabios de la cultura autoritaria que durante décadas imperó en el país, cultura que a veces añoran, basada sobre la intolerancia y el odio que propicia la censura o la autocensura para contar con una prensa obsecuente, desprovista de la más elemental independencia."
El gobierno cuenta con enormes ventajas para sacar al distrito de la situación en la que se encuentra: todos los sectores sociales, como nunca, han manifestado su voluntad de acompañar a la nueva gestión, el propio intendente ha sabido rodearse de gente con un alto prestigio social (aunque tiene algunos colaboradores que no cuentan con esta condición), y las finanzas municipales —a fuerza de una mayor asignación de fondos coparticipables y de una mejora en la recaudación propia— le brindan la posibilidad de "alcanzar el bronce".
Zúccaro es un político hábil que ha dado muestras de que sabe tomar las decisiones que se necesitan, aunque se tenga que enfrentar a algunos focos de resistencia de quienes no desean perder ningún privilegio.
Pero tantos dones se le diluirán como agua entre las manos si ahora, a un mes de haberse convertido en el "Intendente Zúccaro", no deja definitivamente la campaña de lado, y permite que nosotros, los gobernados, decidamos con absoluta libertad que su gobierno no merece ser llamado dictadura.
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